lunes, 14 de mayo de 2012

El Velo

Desde la descripción del Tabernáculo[1] hasta los Templos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no son muchos los elementos que se mantienen desde entonces, no existen en los Templos SUD menorah, ni altar de incienso, ni panes de la proposición, pero sí mantenemos como elemento permanente el Velo, aun desde el Templo de Kirtland, y una de sus funciones es separar el espacio de la presencia de Dios con el espacio de quienes viven leyes terrestres.
El Velo del Tabernáculo tenía representaciones de querubines[2], rememorando los querubines que cuidaban el camino de regreso al jardín de Edén[3], manteniendo separado al hombre de la presencia del Señor, quien se presentaba cara a cara al hombre en Edén.

En aquellos lugares que el Señor ha escogido como templos en la naturaleza también se ha presentado un velo en forma de nube que ha separado o limitado la visión de quienes no son dignos de estar en su presencia. En el monte Sinaí subió Moisés a recibir la ley de Dios “Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. Y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día, llamó a Moisés de en medio de la nube”[4].
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí después de estar cuarenta días, puso un velo sobre su rostro[5] representando la separación de Israel de la plenitud del evangelio, permaneciendo con una ley y sacerdocio menor, así como con un evangelio preparatorio[6].
La experiencia es similar a la vivida por Pedro Santiago y Juan con el Señor en el monte de la Transfiguración, estando la nube como elemento que los separó de ver a Dios el Padre, pero sí les permitió oír su voz, “Y mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar ellos en la nube. Y vino una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado; a él oíd”[7].
Es importante notar que este elemento que nos separa de la presencia de Dios no es un muro de piedras, ni rejas, si no un velo, una tela delgada que apenas impide la visión pero no influye en la audición, pudiendo oír la voluntad de Dios si realmente merecemos estar ante el Velo. Adán oía la voz del Señor hablar desde el jardín de Edén pero no le veía, “Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor que les hablaba en dirección del Jardín de Edén, y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia”[8]. De igual forma podemos oír lo que Dios nos quiere decir con claridad al escuchar las palabras de los Profetas vivientes, si lo hacemos será idéntico al oír la voz del Señor tras el velo[9], o al estar limpios para recibir revelación personal.  





[1] Éxodo 26
[2] Éxodo 26:31
[3] Génesis 3:24; Moisés 4:31
[4] Éxodo 24:16
[5] Éxodo 34:20-35
[6] Símbolos Mormones pág. 154; D&C 84:26-27
[7] Lucas 9:34-35
[8] Moisés 5:4
[9] D&C 1:38; 21:4-6


Roberto
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